Desde remotas épocas, la medicina ha ejercido una gran “poder”, en la vida humana. Siempre es un facultativo el que certifica la vida, la enfermedad, y, también la muerte. Paracelso (1493- 1541) nos legó “la Medicina no se estudia, se adquiere como un don divino”. Otro “padre de la medicina”, baluarte de la ciencia médica, Hipócrates, (460 AC- 370 AC),- autor del “juramento”- que “recitan” los médicos cuando reciben sus títulos, establece que “no se hará nunca negocio con la medicina” y que, “se atenderá por igual al rico y al pobre”. F. Hartmann (1838-1912), médico y teósofo alemán también escribió “el verdadero médico no es un producto de las escuelas científicas, sino luz de la sabiduría (divina)”.
En “Fundamento Sapientia”, Paracelso enseñó que “hay dos formas de conocimiento: una ciencia médica y una sabiduría médica”. Mientras la ciencia descubre remedios de patente, hay un antiquísimo conocimiento que tiene su origen en los “primeros fundamentos del mundo” que jamás han cambiado sus fórmulas que se conservan en “santuarios” alejados de la civilización materialista. Inaccesibles a “falsos apóstoles de la medicina”, como lo plantea O. Uzcategui en “El Hombre Absoluto” (Ageac, Barcelona, 2020). Es probable que hoy muchas de estas recetas estén en la “medicina intercultural” o “salud intercultural” de los pueblos originarios.
La medicina, con el tiempo, se ha vuelto un “negocio” de farmacéuticas, y “sociedades médicas”: ¡PERDON AL MÉDICO DE VOCACIÓN REAL, PORQUE SÍ LOS HAY!, “hijos del sol luminoso” como dice la letra de una canción de J. Vasconcellos.
En la antigua China, el médico era un sujeto al que se le pagaba una especie de diezmo, mientras las personas no enfermaran. Sí enfermaban, se les dejaba de pagar, pues se consideraba que ese facultativo no había sido capaz de “evitar la enfermedad”. Mientras curaba, no cobraba, porque los antiguos médicos chinos sabían que eso no se podía hacer, pues “el arte de curar es un don de Dios”. Paracelso e Hipócrates fueron maestros de la “medicina eterna”, que poseían este don” .
Hoy cabe preguntarse si ¿La OMS será confiable para advertir sobre los virus que circulan en el mundo? ¿Somos sujetos de estudios farmacéuticos? ¿Los Cesfam/Cecosf son centros experimentales de medicamentos? ¿Existe el negocio del dolor? La medicina, nos recuerda el D. Lama, debiera ser un sacerdocio donde ningún “déspota orgulloso pueda ejercer” (el Dr. Tanju en la serie “El Dr. Milagro”.
En el libro original de E. Boscowitz (medicina alternativa) figuran interesantes testimonios de sabios galenos en tribus indígenas de América que afirmaron que “las plantas tienen almas, vida y sensibilidad parecida a la de los seres humanos”. La medicina oficial ha explotado el dolor para encerrar al “ser humano” en consultorios, clínicas y hospitales, los que debieran ser “santuarios de sanación”.
De una colega lingüista Colombiana recibí hace un tiempo alguna literatura del sistema médico de los indios Arahuacos, Sierra Nevada de Santa Marta, expertos en la “fisiología sensorial” y los “cuerpos internos del Ser Humano”, semejantes a los Lamas del Tibet.
Paracelso, escribió: “médico es aquel que puede curar. Ni emperadores, ni Papas, ni colegios, ni escuelas superiores pueden formar médicos. Podrán conferir títulos, pero “homo sum, humana nihil a me alienum puto” (soy un hombre, nada de lo humano me resulta ajeno).