El cáncer de mama es una enfermedad que supone un desafío tanto para la medicina como a la sociedad. Como investigador, sé que cada avance científico tiene el potencial de cambiar vidas, y que su verdadero impacto surge cuando las personas se informan, se cuidan y pueden acceder oportunamente a las herramientas de prevención y tratamiento.
Al término de este mes del cáncer, tenemos una nueva oportunidad para continuar reflexionado con esperanza sobre lo que hemos alcanzado y lo que aún podemos hacer juntos.
En Chile, esta enfermedad es la principal causa de muerte oncológica en mujeres. Sin embargo, un diagnóstico no es solo un dato estadístico, sino una historia que comienza a escribirse en una familia y en una comunidad. La buena noticia es que la ciencia progresivamente ha permitido la transformación del modo en que entendemos y tratamos el cáncer de mama. Existen terapias dirigidas que actúan sobre blancos específicos, imágenes de alta resolución que permiten detectar tumores en fases más tempranas, biomarcadores que orientan decisiones clínicas y estrategias de medicina personalizada que ofrecen tratamientos más ajustados a cada paciente.
Acercar el laboratorio a la práctica clínica ha sido clave en esta evolución. Lo que conocemos como medicina traslacional ha permitido que una variedad de descubrimientos en biología molecular contribuya con terapias más eficaces y menos invasivas. Lo que antes era una enfermedad con pocas alternativas, hoy puede enfrentarse con un abanico creciente de posibilidades que aumentan la sobrevida y mejoran la calidad de vida de las personas.
Más allá de los avances que la ciencia nos permita lograr, es muy importante manifestar que la prevención sigue siendo el pilar fundamental. Realizar los controles preventivos anuales con sus equipos multidisciplinarios de salud, sus mamografías periódicas desde los 40 años, conocer los factores de riesgo, practicar el autoexamen mamario y mantener hábitos de vida saludables son acciones concretas que cada persona puede asumir dentro de sus posibilidades. Estas medidas simples tienen un impacto enorme: permiten diagnosticar a tiempo y, en consecuencia, salvar vidas.
La investigación científica continuará abriendo caminos, pero es importante reconocernos como sociedad y que mantengamos la conciencia activa sobre la importancia del autocuidado y el control periódico. El conocimiento solamente puede convertirse en una fuerza transformadora cuando las personas lo integran en su vida diaria. Cada examen realizado a tiempo, cada conversación (académica, científica o coloquial) que rompe el silencio en torno al cáncer, cada gesto de apoyo a quienes atraviesan un tratamiento suma a una construcción colectiva de salud.