La prensa nacional suele hablar del super lunes, o de la operación retorno, cuando se refiere a la llegada de marzo y su cotidianidad. El fin del verano. Los que vuelven de vacaciones hablan del regreso a la realidad. Para el caso de los vecinos de Puerto Varas, la nueva normalidad no distingue tanto entre el verano y los otros meses del año. La sensación de que algo estacional sigue pasando se hace permanente. El tema del tráfico es una constante. Si algo refleja el cambio comunal después de la pandemia, el estallido social, el proceso migratorio, la nueva ruralidad, si se quiere, es el tráfico.
Entrada norte, entrada sur, ruta 225, la costanera, avenida Colón, San Francisco, cruce Arturo Prat, cruce Línea Nueva con camino a Nueva Braunau, acceso a Mirador, entre tantos más. Estos problemas están tan reconocidos y anunciados, que, como buen taco, parece un tema de tiempo para que se solucione. Una rueda que apenas rueda. Un tubo de escape que no descansa de emitir sus nubes grises. Como la leyenda de un viejo cartel de obras públicas, mil disculpas por un millón de soluciones. Pero no hay reparaciones. Ni hay un cartel. Ni hay disculpas.
Durante los procesos de participación del 2017 del plano regulador se hablaba tanto de la ciudad caminable. Del transporte público comunal eléctrico con accesibilidad. Se hablaba de las terrazas de estacionamientos con buses modernos de acercamiento. La desconcentración del centro. La generación de infraestructura para incentivar las bicicletas. La justicia del uso del espacio público diverso, como respuesta al imperio del auto privado. La alternativa real de vivir de otra manera. Encontrarse. No encerrarse entre un auto privado, una casa privada y un grupo de amigos cerrado. Una declaración colectiva de que otro camino era posible. Con planificación, diseño, visión, resguardo en la acción. Palabras, tantas palabras, que se hizo un gran taco de palabras. La ilusión, con la lentitud impuesta en los años recientes, padece el justo agobio de la ausencia de consecuencia. ¿Qué pasó? ¿Por qué todo sigue tan igual?
Lo de la ciudad amable pasó a ser cada vez más personas tocando la bocina. A veces es por apuro, otras, simple expresión de frustración. La furia del desborde grita insultos por la ventana, asignando culpas. Es como el auto que adelanta por la berma o el conductor que nunca da la pasada. El tipo de ganador que hace de su triunfo su propia derrota. Uno los reconoce por cómo evitan el contacto visual para hacerse los locos. Las luces de los autos multiplican las luces de la comuna, encandilando su suerte. Mientras, los estacionamientos del centro siguen derrochados sin cobrar la recaudación que les pertenece a los vecinos. Enero, febrero, anuncios aparte, el derroche sigue. El mal uso se nota. Gente que deja todo el día su auto ahí porque ya no le cobran.
En términos de transporte público, los buses son los mismos, los paraderos también. Lo de estaciones intermodales, terminales, o algo parecido, no existe. Que depende de la concesión de la carretera, de la aprobación definitiva del nuevo plano regulador, del proyecto alfa, beta o gama. Los sistemas de transporte interprovinciales son anacrónicos. No se optimiza, menos se fiscaliza. Siempre hay una buena razón para la falta de acción. En Santiago tienen aplicaciones para saber con antelación de los viajes, tarjetas para facilitar el pago, si hasta les congelan la tarifa a los pasajeros. ¿Eso corre para las regiones? No. En regiones se financian estas cortesías para la capital.
Se dijo que venían los semáforos inteligentes, conectados a una red operativa central. Este anuncio se repite cada tres meses, diciendo que faltan tres meses. Parecido pasa con los nuevos semáforos, no han llegado. El punto para cargar vehículos eléctricos en el centro más parece un elemento decorativo, anecdótico, que una realidad. ¿Funciona aún? ¿Alguien lo usa? Los anuncios de conectividad estratégica, sobre todo con Puerto Montt y Llanquihue, se mantienen entre dudas y certezas. La poca claridad es parte de la ruta. De plazos, menos se sabe.
Cambiar la dirección de las mismas calles de siempre, poner lomos de toro, pintar pasos de cebras, campañas para agilizar el ingreso a los colegios, un beso y chao, es el techo del cambio. El taco sigue. La espera es lenta. La bencina es cara y el tiempo es oro. La impresión de la comuna amable, a escala, caminable, sustentable, todas esas palabras tan llenas, retumban con los ecos rimbombantes de su propio vacío, que son también parte de la fila. Sobran las explicaciones y la caza de culpables tiene recompensa para todos. El taco sigue. Marzo llegará como febrero, como enero, como el año pasado. Paciencia es lo que se pide. La comunidad espera otra cosa.
Por: Pablo Hübner